Cuenta la leyenda que hubo en cierta ocasión un profesional que fue seleccionado por un head hunter como director general de una empresa de gran reputación pero que pasaba por un periodo de dificultades económicas.
Encantado y motivado con su nuevo empleo se encontró al incorporarse al nuevo trabajo con el dimitido director general al que iba a sustituir, que estaba recogiendo sus últimos enseres personales.
El director general saliente le saludó amablemente y le dijo que iba a hacerle un favor, que él hubiese agradecido que alguien se lo hubiese prestado al llegar a la compañía. Y le entregó tres sobres numerados al tiempo que le decía:
“Aquí te dejo el resumen de mi experiencia y aprendizaje en los años en que he sido el director general de esta empresa. Utiliza los sobres cuando te encuentres en una situación de crisis y no sepas cómo resolverla. Pero utilízalos de la siguiente manera: abre los sobres por orden correlativo, según están numerados, y abre solamente un sobre cada vez  que te encuentres en crisis. Espero que te sean de mucha utilidad”.
Nuestro protagonista agradeció la deferencia y amabilidad de su predecesor y se despidió de él amistosamente.
Y comenzó su ardua tarea de tratar de dar la vuelta a los negativos resultados de la compañía. Analizó detalladamente los informes financieros, la situación comercial y de la competencia, los detalles técnicos de las áreas productivas y el estado de los recursos humanos y  la situación laboral. Trabajó duramente noche y día para identificar los factores causantes de la crisis y diseñar un plan de salvación.
Cambió sistemas operativos, desarrolló planes de ajustes de costes y creó nuevos sistemas de incentivos de ventas. Todo ello tratando de granjearse la confianza de su equipo directivo y la involucración de toda la empresa en el duro plan que les devolvería a la rentabilidad.  Anunció una época  dura a toda la plantilla, mientras prometía felices tiempos venideros tras superar la crisis.
Pero transcurrido un año desde su llegada  llegó el momento de informar al Consejo de los avances conseguidos y no sólo no había conseguido cambiar el signo de los resultados, sino que como consecuencia de los ajustes y cambios realizados los resultados habían empeorado.
Angustiado pensando en las explicaciones que tenía que dar al Consejo, recordó las palabras de su predecesor en su despedida y de los tres sobres que le había legado con sus experiencias. Y decidió abrir el primer sobre. Para su sorpresa lo único que encontró en el interior fue media cuartilla en la que escrito a mano aparecía lo siguiente: “Echa la culpa a tu antecesor”.
Meditó el contenido de la carta y preparó un discurso para el Consejo en el que explicaba que a pesar del acierto del plan de ajuste que había diseñado e implantado, la situación encontrada a su llegada era tan desastrosa, y la cantidad de riesgos y pasivos ocultos que había descubierto por inoperancia del anterior director general era tan enorme, que el efecto de sus medidas no había causado el impacto positivo en los resultados previsto inicialmente. Pero proponía al Consejo insistir con más energía en la aplicación de su plan de ajuste que daría sus frutos esperados en muy corto plazo. Extrañado y sorprendido el Consejo de dio un voto de confianza para que continuase su gestión.
A partir de ahí aplicó con más ahínco aún todos los ajustes del plan. Recortó aún más los gastos, hasta hacer muy complicado el día a día del trabajo; ajustó aún más la plantilla, hasta el punto de que muchas tareas no podían llegar a realizarse en tiempo o con la diligencia debida; fijó objetivos de ventas mucho más agresivos a los equipos comerciales hasta el límite de hacerlos inalcanzables. Y trabajó todas las horas del día, y casi de la noche, para supervisar personalmente la estricta ejecución de sus órdenes. La carga de trabajo de toda la plantilla creció de forma exponencial.
Y así transcurrió a la velocidad de la luz otro año, el segundo como director general de aquella compañía. Y llegó el día de presentar de nuevo al Consejo los resultados de la empresa y los efectos de su gestión. Y, desgraciadamente otra vez, los resultados no acompañaban en la medida que él esperaba. Eran mejores que los del ejercicio anterior, pero aún no presentaba resultados positivos. Estresado con la preparación de sus explicaciones al Consejo, recordó la existencia de los sobres y decidió abrir el segundo. En la cuartilla que contenía el sobre ponía: “Echa la culpa a tus subordinados”.
Su discurso ante el Consejo fue demoledor: a pesar de sus ingentes esfuerzos, la incapacidad de los directivos y mandos intermedios, que no han sabido entender la estrategia y guiados por actitudes resistentes al cambio y perezosas, han dificultado la implantación del plan hasta el punto de no haberse alcanzado los objetivos. El Consejo le dio un segundo voto de confianza más basado en la fe y energía que presentaba su director general que en los datos que les mostraba.
Con ese voto del Consejo comenzó una purga de directivos y responsables que ya habían empezado a mostrar dudas en los planes de su director general y tibieza en la aplicación de los ajustes tan estrictos. Contrató a los mejores head hunters para sustituir a los directivos dimitidos, y aplicó con más rigor todos los ajustes anteriores multiplicando sus efectos con la motivación del nuevo equipo recién contratado. Pero tanto cambio junto de dirección sumió a la empresa en una gran confusión que no dio los resultados previstos en ese tercer año de nuestro directivo.
Y cuando le llegó el momento de responder de nuevo ante el Consejo, y con datos económicos en su mano que seguían sin ser positivos, recurrió otra vez a los sobres de su sabio antecesor. Al abrir el tercer y último sobre se quedó sin palabras. En la cuartilla que contenía estaba escrito a mano, como en ocasiones anteriores, una simple y escueta sentencia: “Prepara tres sobres para tu sucesor”.