lunes, 6 de octubre de 2014

Mi Diario "se despierta me mira con sus grandes ojos oscuros y tragándose el nudo que tiene en la garganta me dice “soy happy”"



Diario

Acabo de acostar por fin a la niña, después de varias horas de llanto, abrazándose a mí. Todo empezó como uno de tantos juegos en los que le enseño a defenderse en artes marciales y a ser fuerte. De ahí la niña empezó a intentar pegarme de verdad, sacando e intentando contener todo el tiempo su rabia hacía mi y hacía el mundo. Sus golpes eran tan mal efectuados que al ser parados por mí, se hacía más daño aún. Comencé a jugar riéndome llamándole nenaza, aunque por dentro sabía lo que estaba pasando y me rompía más el corazón y el alma por mi impotencia de no haberle sabido proporcionar lo que ella necesita. Su orgullo ante mí, le impedía demostrar su rabia, al tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. Detuvimos la pelea del juego y cada uno se fue a un cuarto como tantos días. Era consciente que algo estaba imposibilitando a mi hija evolucionar. Me fui con ella y sentándome a su lado se me abrazó rompiendo a llorar varias horas. De cuando en cuando conseguía distinguir lo que decía y justificaba esas emociones, que resumidas vienen a decir…Que mientras tiene que vivir en una casa en la que le dicen que es un estorbo, que coarta la libertad de su madre de tener vida propia, que si sigue las directrices de su padre para hacerle la vida imposible a la madre, cuando quien la conoce la tacha de modelo de bondad, educación y obediencia. Decía ¡madre no hay más que una…afortunadamente¡ Es como si me tuviera retenida o secuestrada, no me deja verte más que cuando corresponde. Eres el último con quien me deja cuando tiene que irse de juerga o tiene que hacer algún favor a alguien. Muchas veces me deja a dormir en casa de amigas para irse con el novio de turno…. Minutos después de otra batería de sollozos levanta la vista y me pregunta que si la quiero. Aquello me partió las corneas sin entender y comprendiendo que era lo que tenía. Me confesó que su madre no la quiere y su preocupación y desasosiego en este momento era que como se había refugiado en mi para superarlo, pensaba que al empezar a rehacer mi vida con Core, yo dividiría mi corazón apartándola de mi, como había venido haciendo estos últimos meses que solo tenía tiempo para ella y no para mi propia hija. Ya no tenía su único refugio en mí, por otro lado me pregunta tras otra retahíla de sollozos que quiere mi felicidad y que lo mejor para todos es que ella no hubiera nacido. Aquello me superó de tal manera que le pedí perdón por no haber sabido mantener una familia, por ser un inútil como decía mi padre. Por no ser capaz de conseguir más dinero, en definitiva por haberle destrozado la vida a mi hija. Los dos sentíamos igual, Es durísimo reconocerse un estorbo. Había pensado tanto en desaparecer que no sabía hasta donde podía ser necesitado. Conseguí tranquilizarla, tuve que enseñarle hasta los resultados de mis análisis y reconocerle que era ella la que sin proponérselo me había hecho levantar de la cama tantos días para seguir adelante. Que era yo el agradecido por que ella siguiese queriéndome y no hubiese sucumbido a tantos psicólogos y lavados de cerebro por parte de su otra familia en contra de mí, cambiando su tiempo de juego con muñecas por estrategias de mayores.

Ahora se ha dormido y me toca repasar que en realidad soy un fracaso absoluto, tanta lucha, en tantos errores que ya no caben en los dígitos de la calculadora y el peso de la responsabilidad, de la culpa de las desgracias de ella que casi no puedo más, no sé cómo hacerlo, no sé qué paso dar. Miro internamente y me encuentro un cuerpo enfermo, cansado psicológicamente e incapaz de levantar unas pesas de 25 Kg., cuando en otro tiempo levantaba en arrancada los 100 kg. Repaso el curriculum, los contratos de mi vida laboral y me saca de quicio ver que tanto esfuerzo es papel y a veces papel mojado. Sigo mirando y veo que vivo en el pasado, que no veo el día de mañana y sigo leyendo una y otra vez el positt de “La noche es larga pero pasa” que tantas noches evitó que cometiera una locura. Miro el reloj y marca las siete de la mañana, he estado llorando de fracaso como cuando tenía cuatro años que entonces lo hacía de rabia. Miro fuera por la ventana y veo una oscuridad como la de la crisis, veo un país que se cae a pedazos sin entender como en una ciudad de tradiciones, funcionarios y turismo eso puede ocurrir. Repaso la agenda de los contactos en busca de una luz y veo quiebras, divorcios, paro y amigos con pies de barro. Miro al calendario para intentar una programación y veo años horribles de más caídas. Miro mis notas secretas que en tantas ocasiones me sacaron de apuros y no veo claridad, se han quedado obsoletas, o quizás mi fuerza psicológica se haya agotado. Subo a la habitación de la niña y desde el quicio de la puerta lamento haberle hecho el regalo de la vida para hacerla una desgraciada ¡Impotente¡. Como antaño me tumbo en su alfombrilla y cojo su mano, como cuando era consciente que la sacarían de casa en cuestión de días. ¿Existe Dios? Mis convicciones férreas en los principios familiares me los rompieron, mis creencias religiosas que a tantos salvan siguen sin funcionar y tan solo hallo paz en dos metros bajo tierra porque ya conozco también lo que se siente, (pues estuve sepultado un tiempo secuestrado). ¿Qué se siente? Me sentía mal al principio, agobio, soledad, frío, impotencia, ansiedad, quieres estar fuera y la tierra te lo impide, suplicas, ruegas, hasta que te das cuenta que te rodea la paz oscura, la tranquilidad helada. Que nadie te va a salvar, que tu salvación está en dejarte llevar, de esta manera todos ganan, mi familia no entrega el dinero, yo me libro de rencores y traumas. Veo que no hay luz al final del túnel ni tus seres queridos te esperan, pero tampoco hay lloros, tampoco facturas y lo material ha desaparecido de los niveles altos de importancia”.

Cambio de postura porque los huesos ya no me aguantan ni a mí mismo y la alfombrilla es pequeña. Decido levantarme y salgo echando la última vista atrás a la niña que ahora duerme tranquila. Me rompo de nuevo pensando en que si yo con mi fuerza física, con mi tamaño, con mi experiencia y mis conocimientos no soy capaz de ver amanecer, de ayudarla, de sacarla de su verdugo (Su propia madre) A ella que es carne de mi carne ¿qué le espera entonces a ese ser chiquito, menudo, niña a fin de cuentas con tantos años por delante en manos de gente hostil?. Como con Core, ¡todo por cumplir con la ley¡ Por mi autodisciplina que me convierte a ojos de todos en un civilizado, pero para mí soy un cobarde. Se rebulle en la cama y me alejo en la espera de no haberla despertado, ¡Disfruta de esos momentos que velo por ti porque mañana no lo podré hacer¡ Bajo al despacho y me tapo la cara con las manos mientras vuelven a saltar mis lágrimas. Me castigo por haber intentado ser feliz, por haber intentado rehacer mi vida, ¿Cómo puedo tener derecho a ello si he fracasado con ella? No entiendo al destino, no entiendo porque fracaso una y otra vez, lo achaco a veces al carácter, otras al corazón y siempre a mí mismo. Parece que clarea el día y sigo sin saber qué es lo que voy a hacer, ya los libros no me satisfacen, nadie me va a contratar con esta edad y con tanta gente en crisis, debo pintarme una vez más mi destino. Ya no hay casi pintura en los botes y los pinceles tan maravillosos del principio de mi vida están casi sin pelos que usar. Buscaré una distracción más para cuando se despierte. Otra enseñanza que le pueda salvar en algún momento y espero poder dejar las lágrimas para la noche siguiente y seguir el día demostrando lo fuerte y estupendo que soy.

Descuelgo ya esa máscara del perchero porque la luz del día empieza y los rayos del sol pueden perjudicar al verdadero y débil yo. La máscara que tantos días sirvió, ya no es capaz de protegerme, ni de disimular. En cambio ella se despierta me mira con sus grandes ojos oscuros y tragándose el nudo que tiene en la garganta me sonríe y abrazándome me dice “soy happy”. Yo no consigo tragarme el nudo de mi garganta y la máscara a penas aguanta las lágrimas. No sé qué ocurrirá cuando la deje dentro de unas horas de nuevo en aquel hogar donde una madre le espera para pagar con ella los platos rotos de su rabia contra mí, de su falta de realización en la vida o de su síndrome de lo que sea, que le hizo acabar otrora con los antidepresivos de las farmacias. De nuevo debo cumplir con las leyes impuestas, con unas normas injustas que hacen pagar en una inocente de escasos años la frustración de una madre. Porque hay que recordar que la grandeza de la que hablan las gentes de lo que representa una madre con sinónimos de renuncia, abnegación, amor, consuelo y ¿no sé cuántas cosas más que nunca tuve yo mismo? Veo como los émulos de esos calificativos cumplen de nuevo con la repetición de mi vida. Ya no me duele a mí. En mi hija me rompe en pedazos sin dejarme siquiera la opción de poder sacarla de aquella cruel farsa, sin que me denuncien por secuestro. Tampoco me permite que renuncie a ser yo la culpa de su cruz porque sigo vivo. Porque ambos nos queremos y eso hace que las sogas sean aún más crueles. ¡Qué asco de políticos y jueces mediocres que tan solo piensan en salir fotografiados¡ ¿Quién nos compensa por esos años perdidos? Le pido que renuncie a mí como hice con Core siguiendo los consejos de la psiquiatra, aunque sea en falso. Que vivamos en secreto nuestro cariño como dos amores prohibidos de los romances, pero en este caso el amor paterno filial. Ella me responde que si no me ve, ¿Quién le va a enseñar cosas para sobrevivir en la vida? ¿En qué hombro podrá cobijarse entonces? Aún quedan muchos años para que esa prisión libere sus barrotes por alcanzar la mayoría de edad, pero entonces ¿Cómo estaré yo? ¿Habré podido sobrevivir? Sigo mirando por la ventana y los rayos del sol cubren las nieblas que vendrán cuando la deposite en los brazos de su verdugo, ¡su madre¡ Lo cuentas y nadie me cree, me achacan celos y rencores ¡Qué más da¡ La pena es que las cuarenta y tres mil horas que nos quedan para su liberación no evitarán que el sufrimiento aumente la anchura de las heridas del alma y de la mente. ¡Madre no hay más que una….afortuna-damente¡ frase que he repetido tantas veces en mi vida desde que tuve cuatro años. Momento en que recuerdo como mis padres me sentaron en una silla de la cocina y me comentaban mil veces que no había sido un niño buscado, ni querido. Que mi padre no quería niños porque había criado a diez huérfanos en la guerra. Que habían intentado antes y un aborto frustró aquel hermano mayor. Que se habían dado cuenta que con cincuenta años mi padre iba a convertirse en viejo pronto y abandonaría  a mi madre por rutinas de la vida. Me confesaron que juntos habían decidido tener un “baculito” para la vejez; desde ese momento los mantras y enseñanzas iban encaminados a ese fin, de manera que nunca podría cortar las cadenas de unión, ni ese cordón umbilical porque era el “baculito”. Emplearon quince veces diarias la frase “eres un inútil”; los castigos mentales si no era el primero en todo y si no cumplía con “El deber”. Doy fe que esas retahílas diarias hicieron huella en el cerebro, hasta tal punto que renuncié a amores, a trabajos a progresiones laborales y a veces a mi propia vida porque era “el baculito”. Nadie podía atenderles que no fuera yo, nadie podía limpiar sus cosas que no fuera yo, nadie podía moverlas que no fuera yo, nadie podía velar sus enfermedades que no fuera yo, el baculito. Siempre envidiaba a los otros niños cuando les veía acompañados por sus madres. La mía nunca vino a buscarme, ni llevarme al colegio. Nunca vino a las reuniones de padres. Nunca estuvo en ninguna de las cinco operaciones de quirófano. Ni a verme al hospital cuando tuve el accidente de tráfico.

Veo con lástima que mi hija, que fue buscada en su momento, deseada y encontrada. Es ahora rechazada y menospreciada por quien la engendró, por el mero hecho de que lleva mi sangre. Porque cada vez que la miran me ven a mí, porque me quiere y no soy capaz de protegerla de su verdugo….¡su madre¡ Llega del colegio a su casa y debe cuidar sus palabras, llega de actividades y debe cuidar sus alegrías no vaya a ser que provoquen un castigo o un falso enfado para hacerla llorar y así estar su madre contenta. Aprovechar la oportunidad para llevarla al psicólogo y demostrar lo mal que viene de casa de su padre. Hace tiempo que la enseñé a cocinar varias recetas, porque mi hija debe hacerse infinidad de veces la comida y la cena porque la madre no la da de comer o está demasiado ocupada hablando por teléfono y siempre bajo la amenaza de “puedo meter en la cárcel cuando quiera a tu padre” o “si no lo haces conseguiré que no vuelvas a ver a tu padre”. Al final, todo porque ¡madre no hay más que una….afortuna-damente¡ ¡Qué diferencia con Core y sus hijos¡ La primera por embarazo juvenil no deseado, el segundo por violación dentro del matrimonio y la tercera a pesar de las contraindicaciones tras la operación del mioma. ¿Existe Dios? ¿Existe el ángel de la guarda? ¿Existe la justicia? ¿Existe la suerte? ¿Existe el destino? Supongo que cuando esa madre necesite ayuda porque sea anciana, haya que cambiarle los pañales de su incontinencia, ponerle el babero para comer la papilla, velar su demencia senil o empujar su silla de ruedas. Entonces también mi hija será criticada y tachada de mala persona si no lo hace. Incluso tendrá el mismo cargo de conciencia que tengo yo mismo después de más de treinta años de baculito ¡qué duro es conocer que no te han traído al mundo más que para ser un esclavo de lujo¡.

La hoja del diario se está acabando y consigo descolgar una nueva máscara del perchero, espero que ésta funcione algo mejor que la anterior. Hay que vestirse para llevarla al calor de su madre. Un calor que quema y no consuela, que lacera y no cura, pero ¡madre no hay más que una…afortunadamente¡ Pienso en la siguiente noche, cuando el sol se esconde, quizás sea por costumbre o quizás porque no quiera ver lo que va a pasar cuando la reciba, besos sonoros de vieja en el portal para que todo el mundo los oiga, pero tras cerrarse la puerta de la vivienda, la bronca sin motivo real. Dará igual la causa que lo provoque el caso es que la niña llore antes de acostarse porque afortunadamente “madre no hay más que una”. Ese es el consuelo que nos queda a ambos. Al despedirnos le digo que sonría que ya nos quedan 42.990 horas para que sea libre. Ese no estará considerado como maltrato doméstico, porque mi hija aún no vota en las siguientes elecciones. Espero que de mayor sea abogada y defienda esas injusticias.

Cierro el diario y reflexiono en cómo la mujer que ha experimentado la violencia queda incapacitada para controlar su voluntad, a través del tiempo, desarrollando así la “condición de impotencia aprendida”; que le impide reconocer la oportunidad de escapar. Todo, porque influencias sociales tempranas en una mujer facilitan la condición psicológica de impotencia. Si le añades la repetición constante día a día lo que hace es que esa capacidad de reacción disminuya aún más hasta la sumisión absoluta y duradera. Son técnicas aprendidas de las sectas malignas, pero que mucha gente porta en sus genes. Debo luchar al menos en mi hija que está a tiempo desarrollando su habilidad cognoscitiva para percibir el éxito de esa reacción en ese momento, para reconocer al maltratador sea cual fuere su género y condición.

Y en ese pensamiento me quedé dormido en el chéster de mi estudio. Al despertar tenía una hoja de papel pegada con un celo a la altura de mi cabeza que decía…

Nota

“Papá, gracias por todo. Ya sé que siempre me dices que no tengo que darte las gracias, pero me da igual lo que me digas.   P  orque siempre me quieres
A  unque no me porte bien
P  ara mi tu eres único
A  ti siempre te querré.

Porque siempre estás conmigo en lo bueno y en lo malo, dándome tu cariño y amor. Conmigo tienes una paciencia tremenda y me aceptas como soy. Siempre estás y estarás en mi corazón. Un beso de “tu hija”.