Diario
Acabo de
acostar por fin a la niña, después de varias horas de llanto, abrazándose a mí.
Todo empezó como uno de tantos juegos en los que le enseño a defenderse en
artes marciales y a ser fuerte. De ahí la niña empezó a intentar pegarme de
verdad, sacando e intentando contener todo el tiempo su rabia hacía mi y hacía
el mundo. Sus golpes eran tan mal efectuados que al ser parados por mí, se hacía
más daño aún. Comencé a jugar riéndome llamándole nenaza, aunque por dentro sabía
lo que estaba pasando y me rompía más el corazón y el alma por mi impotencia de
no haberle sabido proporcionar lo que ella necesita. Su orgullo ante mí, le
impedía demostrar su rabia, al tiempo que las lágrimas corrían por sus
mejillas. Detuvimos la pelea del juego y cada uno se fue a un cuarto como
tantos días. Era consciente que algo estaba imposibilitando a mi hija
evolucionar. Me fui con ella y sentándome a su lado se me abrazó rompiendo a
llorar varias horas. De cuando en cuando conseguía distinguir lo que decía y
justificaba esas emociones, que resumidas vienen a decir…Que mientras tiene que
vivir en una casa en la que le dicen que es un estorbo, que coarta la libertad
de su madre de tener vida propia, que si sigue las directrices de su padre para
hacerle la vida imposible a la madre, cuando quien la conoce la tacha de modelo
de bondad, educación y obediencia. Decía ¡madre no hay más que
una…afortunadamente¡ Es como si me tuviera retenida o secuestrada, no me deja
verte más que cuando corresponde. Eres el último con quien me deja cuando tiene
que irse de juerga o tiene que hacer algún favor a alguien. Muchas veces me
deja a dormir en casa de amigas para irse con el novio de turno…. Minutos
después de otra batería de sollozos levanta la vista y me pregunta que si la quiero. Aquello me
partió las corneas sin entender y comprendiendo que era lo que tenía. Me
confesó que su madre no la quiere y su preocupación y desasosiego en este
momento era que como se había refugiado en mi para superarlo, pensaba que al
empezar a rehacer mi vida con Core, yo dividiría mi corazón apartándola de mi,
como había venido haciendo estos últimos meses que solo tenía tiempo para ella
y no para mi propia hija. Ya no tenía su único refugio en mí, por otro lado me
pregunta tras otra retahíla de sollozos que quiere mi felicidad y que lo mejor
para todos es que ella no hubiera nacido. Aquello me superó de tal manera que
le pedí perdón por no haber sabido mantener una familia, por ser un inútil como
decía mi padre. Por no ser capaz de conseguir más dinero, en definitiva por
haberle destrozado la vida a mi hija. Los dos sentíamos igual, Es durísimo
reconocerse un estorbo. Había pensado tanto en desaparecer que no sabía hasta
donde podía ser necesitado. Conseguí tranquilizarla, tuve que enseñarle hasta
los resultados de mis análisis y reconocerle que era ella la que sin
proponérselo me había hecho levantar de la cama tantos días para seguir
adelante. Que era yo el agradecido por que ella siguiese queriéndome y no
hubiese sucumbido a tantos psicólogos y lavados de cerebro por parte de su otra
familia en contra de mí, cambiando su tiempo de juego con muñecas por
estrategias de mayores.
Ahora se
ha dormido y me toca repasar que en realidad soy un fracaso absoluto, tanta
lucha, en tantos errores que ya no caben en los dígitos de la calculadora y el
peso de la responsabilidad, de la culpa de las desgracias de ella que casi no
puedo más, no sé cómo hacerlo, no sé qué paso dar. Miro internamente y me
encuentro un cuerpo enfermo, cansado psicológicamente e incapaz de levantar
unas pesas de 25 Kg .,
cuando en otro tiempo levantaba en arrancada los 100 kg . Repaso el
curriculum, los contratos de mi vida laboral y me saca de quicio ver que tanto
esfuerzo es papel y a veces papel mojado. Sigo mirando y veo que vivo en el
pasado, que no veo el día de mañana y sigo leyendo una y otra vez el positt de
“La noche es larga pero pasa” que
tantas noches evitó que cometiera una locura. Miro el reloj y marca las siete
de la mañana, he estado llorando de fracaso como cuando tenía cuatro años que
entonces lo hacía de rabia. Miro fuera por la ventana y veo una oscuridad como
la de la crisis, veo un país que se cae a pedazos sin entender como en una
ciudad de tradiciones, funcionarios y turismo eso puede ocurrir. Repaso la
agenda de los contactos en busca de una luz y veo quiebras, divorcios, paro y
amigos con pies de barro. Miro al calendario para intentar una programación y
veo años horribles de más caídas. Miro mis notas secretas que en tantas
ocasiones me sacaron de apuros y no veo claridad, se han quedado obsoletas, o
quizás mi fuerza psicológica se haya agotado. Subo a la habitación de la niña y
desde el quicio de la puerta lamento haberle hecho el regalo de la vida para
hacerla una desgraciada ¡Impotente¡. Como antaño me tumbo en su alfombrilla y
cojo su mano, como cuando era consciente que la sacarían de casa en cuestión de
días. ¿Existe Dios? Mis convicciones férreas en los principios familiares me
los rompieron, mis creencias religiosas que a tantos salvan siguen sin
funcionar y tan solo hallo paz en dos metros bajo tierra porque ya conozco también
lo que se siente, (pues estuve sepultado un tiempo secuestrado). ¿Qué se
siente? Me sentía mal al principio, agobio, soledad, frío, impotencia,
ansiedad, quieres estar fuera y la tierra te lo impide, suplicas, ruegas, hasta
que te das cuenta que te rodea la paz oscura, la tranquilidad helada. Que nadie
te va a salvar, que tu salvación está en dejarte llevar, de esta manera todos
ganan, mi familia no entrega el dinero, yo me libro de rencores y traumas. Veo
que no hay luz al final del túnel ni tus seres queridos te esperan, pero
tampoco hay lloros, tampoco facturas y lo material ha desaparecido de los
niveles altos de importancia”.
Cambio de
postura porque los huesos ya no me aguantan ni a mí mismo y la alfombrilla es
pequeña. Decido levantarme y salgo echando la última vista atrás a la niña que
ahora duerme tranquila. Me rompo de nuevo pensando en que si yo con mi fuerza
física, con mi tamaño, con mi experiencia y mis conocimientos no soy capaz de
ver amanecer, de ayudarla, de sacarla de su verdugo (Su propia madre) A ella
que es carne de mi carne ¿qué le espera entonces a ese ser chiquito, menudo,
niña a fin de cuentas con tantos años por delante en manos de gente hostil?.
Como con Core, ¡todo por cumplir con la ley¡ Por mi autodisciplina que me
convierte a ojos de todos en un civilizado, pero para mí soy un cobarde. Se
rebulle en la cama y me alejo en la espera de no haberla despertado, ¡Disfruta
de esos momentos que velo por ti porque mañana no lo podré hacer¡ Bajo al
despacho y me tapo la cara con las manos mientras vuelven a saltar mis lágrimas.
Me castigo por haber intentado ser feliz, por haber intentado rehacer mi vida,
¿Cómo puedo tener derecho a ello si he fracasado con ella? No entiendo al
destino, no entiendo porque fracaso una y otra vez, lo achaco a veces al
carácter, otras al corazón y siempre a mí mismo. Parece que clarea el día y
sigo sin saber qué es lo que voy a hacer, ya los libros no me satisfacen, nadie
me va a contratar con esta edad y con tanta gente en crisis, debo pintarme una
vez más mi destino. Ya no hay casi pintura en los botes y los pinceles tan
maravillosos del principio de mi vida están casi sin pelos que usar. Buscaré
una distracción más para cuando se despierte. Otra enseñanza que le pueda
salvar en algún momento y espero poder dejar las lágrimas para la noche
siguiente y seguir el día demostrando lo fuerte y estupendo que soy.
Descuelgo
ya esa máscara del perchero porque la luz del día empieza y los rayos del sol pueden
perjudicar al verdadero y débil yo. La máscara que tantos días sirvió, ya no es
capaz de protegerme, ni de disimular. En cambio ella se despierta me mira con
sus grandes ojos oscuros y tragándose el nudo que tiene en la garganta me
sonríe y abrazándome me dice “soy happy”. Yo no consigo tragarme el nudo de mi
garganta y la máscara a penas aguanta las lágrimas. No sé qué ocurrirá cuando
la deje dentro de unas horas de nuevo en aquel hogar donde una madre le espera
para pagar con ella los platos rotos de su rabia contra mí, de su falta de
realización en la vida o de su síndrome de lo que sea, que le hizo acabar
otrora con los antidepresivos de las farmacias. De nuevo debo cumplir con las
leyes impuestas, con unas normas injustas que hacen pagar en una inocente de
escasos años la frustración de una madre. Porque hay que recordar que la
grandeza de la que hablan las gentes de lo que representa una madre con
sinónimos de renuncia, abnegación, amor, consuelo y ¿no sé cuántas cosas más
que nunca tuve yo mismo? Veo como los émulos de esos calificativos cumplen de
nuevo con la repetición de mi vida. Ya no me duele a mí. En mi hija me rompe en
pedazos sin dejarme siquiera la opción de poder sacarla de aquella cruel farsa,
sin que me denuncien por secuestro. Tampoco me permite que renuncie a ser yo la
culpa de su cruz porque sigo vivo. Porque ambos nos queremos y eso hace que las
sogas sean aún más crueles. ¡Qué asco de políticos y jueces mediocres que tan
solo piensan en salir fotografiados¡ ¿Quién nos compensa por esos años
perdidos? Le pido que renuncie a mí como hice con Core siguiendo los consejos
de la psiquiatra, aunque sea en falso. Que vivamos en secreto nuestro cariño como
dos amores prohibidos de los romances, pero en este caso el amor paterno
filial. Ella me responde que si no me ve, ¿Quién le va a enseñar cosas para
sobrevivir en la vida? ¿En qué hombro podrá cobijarse entonces? Aún quedan
muchos años para que esa prisión libere sus barrotes por alcanzar la mayoría de
edad, pero entonces ¿Cómo estaré yo? ¿Habré podido sobrevivir? Sigo mirando por
la ventana y los rayos del sol cubren las nieblas que vendrán cuando la
deposite en los brazos de su verdugo, ¡su madre¡ Lo cuentas y nadie me cree, me
achacan celos y rencores ¡Qué más da¡ La pena es que las cuarenta y tres mil
horas que nos quedan para su liberación no evitarán que el sufrimiento aumente
la anchura de las heridas del alma y de la mente. ¡Madre no hay más que una….afortuna-damente¡ frase que he repetido
tantas veces en mi vida desde que tuve cuatro años. Momento en que recuerdo
como mis padres me sentaron en una silla de la cocina y me comentaban mil veces
que no había sido un niño buscado, ni querido. Que mi padre no quería niños
porque había criado a diez huérfanos en la guerra. Que habían
intentado antes y un aborto frustró aquel hermano mayor. Que se habían dado
cuenta que con cincuenta años mi padre iba a convertirse en viejo pronto y
abandonaría a mi madre por rutinas de la vida. Me confesaron que
juntos habían decidido tener un “baculito” para la vejez; desde ese momento los
mantras y enseñanzas iban encaminados a ese fin, de manera que nunca podría
cortar las cadenas de unión, ni ese cordón umbilical porque era el “baculito”.
Emplearon quince veces diarias la frase “eres un inútil”; los castigos mentales
si no era el primero en todo y si no cumplía con “El deber”. Doy fe que esas
retahílas diarias hicieron huella en el cerebro, hasta tal punto que renuncié a
amores, a trabajos a progresiones laborales y a veces a mi propia vida porque
era “el baculito”. Nadie podía atenderles que no fuera yo, nadie podía limpiar
sus cosas que no fuera yo, nadie podía moverlas que no fuera yo, nadie podía
velar sus enfermedades que no fuera yo, el baculito. Siempre envidiaba a los
otros niños cuando les veía acompañados por sus madres. La mía nunca vino a
buscarme, ni llevarme al colegio. Nunca vino a las reuniones de padres. Nunca
estuvo en ninguna de las cinco operaciones de quirófano. Ni a verme al hospital
cuando tuve el accidente de tráfico.
Veo con lástima
que mi hija, que fue buscada en su momento, deseada y encontrada. Es ahora
rechazada y menospreciada por quien la engendró, por el mero hecho de que lleva
mi sangre. Porque cada vez que la miran me ven a mí, porque me quiere y no soy
capaz de protegerla de su verdugo….¡su madre¡ Llega del colegio a su casa y
debe cuidar sus palabras, llega de actividades y debe cuidar sus alegrías no
vaya a ser que provoquen un castigo o un falso enfado para hacerla llorar y así
estar su madre contenta. Aprovechar la oportunidad para llevarla al psicólogo y
demostrar lo mal que viene de casa de su padre. Hace tiempo que la enseñé a
cocinar varias recetas, porque mi hija debe hacerse infinidad de veces la
comida y la cena porque la madre no la da de comer o está demasiado ocupada
hablando por teléfono y siempre bajo la amenaza de “puedo meter en la cárcel
cuando quiera a tu padre” o “si no lo haces conseguiré que no vuelvas a ver a
tu padre”. Al final, todo porque ¡madre
no hay más que una….afortuna-damente¡ ¡Qué diferencia con Core y sus hijos¡
La primera por embarazo juvenil no deseado, el segundo por violación dentro del
matrimonio y la tercera a pesar de las contraindicaciones tras la operación del
mioma. ¿Existe Dios? ¿Existe el ángel de la guarda? ¿Existe la justicia? ¿Existe
la suerte? ¿Existe el destino? Supongo que cuando esa madre necesite ayuda
porque sea anciana, haya que cambiarle los pañales de su incontinencia, ponerle
el babero para comer la papilla, velar su demencia senil o empujar su silla de
ruedas. Entonces también mi hija será criticada y tachada de mala persona si no
lo hace. Incluso tendrá el mismo cargo de conciencia que tengo yo mismo después
de más de treinta años de baculito ¡qué duro es conocer que no te han traído al
mundo más que para ser un esclavo de lujo¡.
La hoja
del diario se está acabando y consigo descolgar una nueva máscara del perchero,
espero que ésta funcione algo mejor que la anterior. Hay que
vestirse para llevarla al calor de su madre. Un calor que quema y no consuela,
que lacera y no cura, pero ¡madre no hay más
que una…afortunadamente¡ Pienso en la siguiente noche, cuando el sol se
esconde, quizás sea por costumbre o quizás porque no quiera ver lo que va a
pasar cuando la reciba, besos sonoros de vieja en el portal para que todo el
mundo los oiga, pero tras cerrarse la puerta de la vivienda, la bronca sin
motivo real. Dará igual la causa que lo provoque el caso es que la niña llore
antes de acostarse porque afortunadamente “madre
no hay más que una”. Ese es el
consuelo que nos queda a ambos. Al despedirnos le digo que
sonría que ya nos quedan 42.990 horas para que sea libre. Ese no estará
considerado como maltrato doméstico, porque mi hija aún no vota en las
siguientes elecciones. Espero que de mayor sea abogada y defienda esas
injusticias.
Cierro el
diario y reflexiono en cómo la mujer que ha experimentado la violencia queda
incapacitada para controlar su voluntad, a través del tiempo, desarrollando así
la “condición de impotencia aprendida”; que le impide reconocer la oportunidad
de escapar. Todo, porque influencias sociales tempranas en una mujer facilitan
la condición psicológica de impotencia. Si le añades la repetición constante
día a día lo que hace es que esa capacidad de reacción disminuya aún más hasta
la sumisión absoluta y duradera. Son técnicas aprendidas de las sectas
malignas, pero que mucha gente porta en sus genes. Debo luchar al menos en mi
hija que está a tiempo desarrollando su habilidad cognoscitiva para percibir el
éxito de esa reacción en ese momento, para reconocer al maltratador sea cual
fuere su género y condición.
Y en ese
pensamiento me quedé dormido en el chéster de mi estudio. Al despertar tenía
una hoja de papel pegada con un celo a la altura de mi cabeza que decía…
Nota
“Papá, gracias por todo. Ya sé que siempre me dices
que no tengo que darte las gracias, pero me da igual lo que me digas. P orque
siempre me quieres
A unque no
me porte bien
P ara mi tu
eres único
A ti siempre
te querré.
Porque siempre estás conmigo en lo bueno y en lo
malo, dándome tu cariño y amor. Conmigo tienes una paciencia tremenda y me
aceptas como soy. Siempre estás y estarás en mi corazón. Un beso de “tu hija”.