“No mires
nunca de dónde vienes, sino a dónde vas”. (Pierre Agustín de Beaumarchais)
Hola Cariño: Estaba
pensando en nosotros y se me ocurrió escribir el libro del destino que tienes
en las manos. Ah! Se me olvidaba... Disculpa que te moleste. etc., etc... Ya
puedo seguir... Y me enfrento a varias preguntas difíciles a ver si me ayudas.
¿Qué fue primero nuestro destino o nosotros? ¿Qué es primero el hombre o su
destino? Está claro que tú y yo estamos destinados a no juntarnos ni para un
café, entonces ¿Qué sentido tiene habernos conocido? ¿De qué ha servido? O por
el contrario ¿Somos consecuencia de no habernos juntado antes? Y ¿No fue el destino
sino libre decisión?. Si fue libre decisión, entonces, ¿Por qué ninguno dio el
paso? Que yo sepa, no elegimos, o ¿sí? Y
si elegimos en aquel entonces y seguimos erre que erre ahora ¿Será nuestro
destino estar juntos, o estar separados? Y si es así, ¿Cuál es el sentido de
todo esto? A lo largo de nuestra vida oímos constantemente frases como “Ya nada
volverá a ser igual entre nosotros, ¿verdad?”. Me detengo a pensar que tiene
razón. Algo hemos hecho o ha ocurrido en nuestro entorno, que modifica el curso
de una relación. ¿Por qué? me pregunto. ¿No era este el destino para el que
estaba seleccionado? Entonces, si no lo era, ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no
tengo derecho a conocer mi futuro? ¿A caso no me pertenece? ¿No es mío? Y si no
es mío, entonces ¿Por qué cargo con él y no me pagan royaltis por el libro de
mi vida? Mucha gente con la que converso sobre este tema, cree que el destino
es como un río que fluye en una sola dirección. Otros me dicen que es la
casualidad. ¡Vale, lo admito¡ y pregunto ¿Es casualidad o causalidad? Lo que a
simple vista nos parece un mero accidente, ¿Surge de la más profunda fuente del
destino? Porque si es así y el destino es una fuente, entonces se podrá
encontrar, regular, cortar o abrir con un simple grifo ¿no? Y continúo
preguntando, ¿si el accidente no será una pieza del destino? A continuación
aparece otro amigo y me aconseja que “no haga nada hoy que comprometa mi mañana”.
¡Ufff¡ eso querrá decir que yo manejo mi destino. Y mi amigo insiste “Si no
encuentras tu camino, háztelo”…”Si no intentas grandes cosas, no las
lograrás”…”Síguete a ti mismo, sino te perderás”. Giro la mirada a las
religiones y todas coinciden en que hay un Dios y que éste marca el destino de
los hombres. Si está escrito de antemano entonces ¿Para qué me molesto en
buscarlo? Porque él me encontrará. ¿Para qué me molesto en tomar decisiones? Si
haga lo que haga él me encontrará y si lo puedo cambiar con mi libre albedrío,
entonces ¡vaya mierda de destino¡ y tanto rollo idealizado entorno a él. Pero
si profundizo y veo que un “alguien” ha escrito mi destino y yo lo puedo
corregir, el poder de ese Alguien es muy pobre comparado conmigo ¡Ufff¡ esto sí
que es un lío.
¿El destino es un invento
humano para que nuestras acciones se coloquen en lo incierto y no en lo
verdadero, y así manipularnos mejor? Justo en este instante otro amigo me dice
“Yo no creo en el destino, para mí el destino no existe, yo creo en lo inevitable
pero no en eso que llaman destino, no puede ser que todo lo que hago es un
burdo juego al azar”. Me quedo mirándole y le digo, ¿qué diferencia hay entre
el destino y tu inevitabilidad? Solo cambias la nomenclatura. Mi amigo se
rehace del golpe y me pone un ejemplo para que entienda su postura, diciéndome
“Un viaje en barco no tiene destino, es un destino en sí mismo que depende de
la suerte y la preparación.” ¡Vale¡ le contesto, la preparación sí que depende
de mí, pero la suerte, como tú dices, ¿qué es en realidad? ¿No forma parte del
destino? Siempre me he preguntado miles de cosas que vagaban en mi mente, sin
encontrar respuestas terrenales y forjando muchas críticas a las divinas. Miedo
tengo a las respuestas, porque si un día las consigo, ¿qué será de mí a partir
de ese instante? ¿Será mi destino abrir preguntas o cerrar respuestas? Lo que
tengo claro es que en cualquier caso, en ese instante, el destino cambiará mi
vida. Pero si he conseguido yo solito las respuestas, puede que destino y yo, seamos
una misma cosa. ¿Por qué? Porque entonces todo toma sentido y todos tendrían
razón. Dios nos crea por medio de nuestros padres, luego ya se conjugan
religión y empírica en un momento, luego nosotros vamos sembrando acciones en
nuestra vida, de las cuales cosechamos costumbres. A medida que pasamos
conocimientos a la siguiente generación, estamos sembrando hábitos y cosechamos
un carácter, una forma de ser y actuar, en definitiva, una manera de concebir.
Pero ¿qué ocurre cuando sembramos caracteres?, que cosechamos el destino de los
hombres, de las generaciones, de las culturas, de las civilizaciones. Si
preguntamos ¿dónde está escrito este destino?, para el caso de que exista,
vemos que desde que el mundo es mundo, unos dicen que en las estrellas y hablan
de astrología y cartas astrales. Otros dicen que en las propias manos y hablan
de de huellas dactilares y quiromancia. Los terceros hablan de que todo radica
en el alma y hablan de religiones. Decía Virginia
Woolf en “Una habitación propia”: “¿Quién me censura? Muchos, no cabe duda, y
me llamarán descontenta. No podía evitarlo: la inquietud formaba parte de mi
carácter; me agitaba a veces hasta el dolor... Es vano decir que los humanos
deberían estar satisfechos con la quietud: necesitan acción; y si no la
encuentran, la fabrican. Son millones los que se hallan condenados a un destino
más tranquilo que el mío y millones los que se rebelan en silencio contra su
suerte. Nadie sabe cuántas rebeliones fermentan en las aglomeraciones humanas
que pueblan la tierra. Se da por descontado que en general las mujeres son muy
tranquilas; pero las mujeres sienten lo mismo que los hombres; necesitan
ejercitar sus facultades y disponer de terreno para sus esfuerzos lo mismo que
sus hermanos; sufren de las restricciones demasiado rígidas, de un
estancamiento demasiado absoluto, exactamente igual que sufrirían los hombres
en tales circunstancias. Y denota estrechez de miras por parte de sus
semejantes más privilegiados el decir que deberían limitarse a hacer postres y
hacer calcetines, a tocar el piano y bordar bolsos. Es necio condenarlas o
burlarse de ellas cuando tratan de hacer algo más o aprender más cosas de las
que la costumbre ha declarado necesarias para su sexo”.