lunes, 25 de agosto de 2014



“No mires nunca de dónde vienes, sino a dónde vas”. (Pierre Agustín de Beaumarchais)


Hola Cariño: Estaba pensando en nosotros y se me ocurrió escribir el libro del destino que tienes en las manos. Ah! Se me olvidaba... Disculpa que te moleste. etc., etc... Ya puedo seguir... Y me enfrento a varias preguntas difíciles a ver si me ayudas. ¿Qué fue primero nuestro destino o nosotros? ¿Qué es primero el hombre o su destino? Está claro que tú y yo estamos destinados a no juntarnos ni para un café, entonces ¿Qué sentido tiene habernos conocido? ¿De qué ha servido? O por el contrario ¿Somos consecuencia de no habernos juntado antes? Y ¿No fue el destino sino libre decisión?. Si fue libre decisión, entonces, ¿Por qué ninguno dio el paso?  Que yo sepa, no elegimos, o ¿sí? Y si elegimos en aquel entonces y seguimos erre que erre ahora ¿Será nuestro destino estar juntos, o estar separados? Y si es así, ¿Cuál es el sentido de todo esto? A lo largo de nuestra vida oímos constantemente frases como “Ya nada volverá a ser igual entre nosotros, ¿verdad?”. Me detengo a pensar que tiene razón. Algo hemos hecho o ha ocurrido en nuestro entorno, que modifica el curso de una relación. ¿Por qué? me pregunto. ¿No era este el destino para el que estaba seleccionado? Entonces, si no lo era, ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no tengo derecho a conocer mi futuro? ¿A caso no me pertenece? ¿No es mío? Y si no es mío, entonces ¿Por qué cargo con él y no me pagan royaltis por el libro de mi vida? Mucha gente con la que converso sobre este tema, cree que el destino es como un río que fluye en una sola dirección. Otros me dicen que es la casualidad. ¡Vale, lo admito¡ y pregunto ¿Es casualidad o causalidad? Lo que a simple vista nos parece un mero accidente, ¿Surge de la más profunda fuente del destino? Porque si es así y el destino es una fuente, entonces se podrá encontrar, regular, cortar o abrir con un simple grifo ¿no? Y continúo preguntando, ¿si el accidente no será una pieza del destino? A continuación aparece otro amigo y me aconseja que “no haga nada hoy que comprometa mi mañana”. ¡Ufff¡ eso querrá decir que yo manejo mi destino. Y mi amigo insiste “Si no encuentras tu camino, háztelo”…”Si no intentas grandes cosas, no las lograrás”…”Síguete a ti mismo, sino te perderás”. Giro la mirada a las religiones y todas coinciden en que hay un Dios y que éste marca el destino de los hombres. Si está escrito de antemano entonces ¿Para qué me molesto en buscarlo? Porque él me encontrará. ¿Para qué me molesto en tomar decisiones? Si haga lo que haga él me encontrará y si lo puedo cambiar con mi libre albedrío, entonces ¡vaya mierda de destino¡ y tanto rollo idealizado entorno a él. Pero si profundizo y veo que un “alguien” ha escrito mi destino y yo lo puedo corregir, el poder de ese Alguien es muy pobre comparado conmigo ¡Ufff¡ esto sí que es un lío.


¿El destino es un invento humano para que nuestras acciones se coloquen en lo incierto y no en lo verdadero, y así manipularnos mejor? Justo en este instante otro amigo me dice “Yo no creo en el destino, para mí el destino no existe, yo creo en lo inevitable pero no en eso que llaman destino, no puede ser que todo lo que hago es un burdo juego al azar”. Me quedo mirándole y le digo, ¿qué diferencia hay entre el destino y tu inevitabilidad? Solo cambias la nomenclatura. Mi amigo se rehace del golpe y me pone un ejemplo para que entienda su postura, diciéndome “Un viaje en barco no tiene destino, es un destino en sí mismo que depende de la suerte y la preparación.” ¡Vale¡ le contesto, la preparación sí que depende de mí, pero la suerte, como tú dices, ¿qué es en realidad? ¿No forma parte del destino? Siempre me he preguntado miles de cosas que vagaban en mi mente, sin encontrar respuestas terrenales y forjando muchas críticas a las divinas. Miedo tengo a las respuestas, porque si un día las consigo, ¿qué será de mí a partir de ese instante? ¿Será mi destino abrir preguntas o cerrar respuestas? Lo que tengo claro es que en cualquier caso, en ese instante, el destino cambiará mi vida. Pero si he conseguido yo solito las respuestas, puede que destino y yo, seamos una misma cosa. ¿Por qué? Porque entonces todo toma sentido y todos tendrían razón. Dios nos crea por medio de nuestros padres, luego ya se conjugan religión y empírica en un momento, luego nosotros vamos sembrando acciones en nuestra vida, de las cuales cosechamos costumbres. A medida que pasamos conocimientos a la siguiente generación, estamos sembrando hábitos y cosechamos un carácter, una forma de ser y actuar, en definitiva, una manera de concebir. Pero ¿qué ocurre cuando sembramos caracteres?, que cosechamos el destino de los hombres, de las generaciones, de las culturas, de las civilizaciones. Si preguntamos ¿dónde está escrito este destino?, para el caso de que exista, vemos que desde que el mundo es mundo, unos dicen que en las estrellas y hablan de astrología y cartas astrales. Otros dicen que en las propias manos y hablan de de huellas dactilares y quiromancia. Los terceros hablan de que todo radica en el alma y hablan de religiones. Decía Virginia Woolf en “Una habitación propia”: ¿Quién me censura? Muchos, no cabe duda, y me llamarán descontenta. No podía evitarlo: la inquietud formaba parte de mi carácter; me agitaba a veces hasta el dolor... Es vano decir que los humanos deberían estar satisfechos con la quietud: necesitan acción; y si no la encuentran, la fabrican. Son millones los que se hallan condenados a un destino más tranquilo que el mío y millones los que se rebelan en silencio contra su suerte. Nadie sabe cuántas rebeliones fermentan en las aglomeraciones humanas que pueblan la tierra. Se da por descontado que en general las mujeres son muy tranquilas; pero las mujeres sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar sus facultades y disponer de terreno para sus esfuerzos lo mismo que sus hermanos; sufren de las restricciones demasiado rígidas, de un estancamiento demasiado absoluto, exactamente igual que sufrirían los hombres en tales circunstancias. Y denota estrechez de miras por parte de sus semejantes más privilegiados el decir que deberían limitarse a hacer postres y hacer calcetines, a tocar el piano y bordar bolsos. Es necio condenarlas o burlarse de ellas cuando tratan de hacer algo más o aprender más cosas de las que la costumbre ha declarado necesarias para su sexo”.