«Entre otras virtudes podemos dar lugar al aseo, puesto que nos hace de
modo natural agradables a los demás, y es una fuente no despreciable del amor y
del afecto. Nadie negará que la negligencia en este aspecto es una falta y cómo
las faltas no son vicios menores y esta falta no puede tener otro origen que la
sensación de incomodidad que provoca en los demás.» DAVID HUME («Investigación sobre los principios de la moral», VIII, 83)
«El objeto
de! deseo no es la causa del deseo. El deseo se para en lo que se en- cama, se
resume en el objeto del deseo. Cuando se cree que el objeto deseado es objeto
dotado de autonomía, de una utilidad, de originalidad, se le considera como
fuera de mi poder, de deseo que lo ha elegido, se constituye como objeto
parcial... Pero entonces comienza la lamentable adición cuantitativa: ya que un
objeto me satisface parcialmente; para estar totalmente satisfecho, para llegar
al placer completo, será necesario amontonar uno sobre otro, como partes de
deseos, es decir, hacer como si el deseo fuera la necesidad. Cuando una
necesidad está satisfecha, será necesario pasar a otra necesidad y así se
estará seguro de llegar a la total satisfacción...En la sociedad de consumo,
los deseos no son más que el acceso a la propiedad de la satisfacción, no
existen más que bajo los distintos modos de ser propietarios de las cosas.
Ahora bien, como la satisfacción no es del orden de las cosas materiales, nunca
se la alcanza, cuando alguien se la quiere apropiar de esta manera. Los objetos
que producen más satisfacción se convierten así en fetiches, en símbolos de mi
posesión que, lejos de colmarme, me desposeen y me impiden la satisfacción.»J.
P. DOLLÉ (El deseo de revolución. Ed. Grasset, 19721
«El hombre no se distingue de los animales más que en que es el
superlativo viviente de sensualismo, el ser más sensual y más sensible del
mundo. Tiene en común con los animales los sentidos, pero sólo en él la
sensación llega a ser de un ser relativo subordinado a las necesidades
inferiores de la vida, un ser absoluto, un fin en sí, un goce de sí. Sólo él
experimenta un placer celestial en la contemplación desinteresada de las
estrellas; sólo él no se sacia de contemplar... el color de las flores y de las
mariposas. El hombre no es, pues, hombre más que porque no es, como el animal,
un sensualista limitada,, sino un sensualista absoluto; porque no tal o tal
cosa sensible, sino todas, el mundo, el infinito, son simplemente por sí
mismos, es decir, por el placer estético, objetos de sus sentidos, de sus
sensaciones. » FEUERBACH, L. A. (Werke II, 349 s,) (Contra el
dualismo del cuerpo y alma, carne y espíritu)
“Pues bien, entre e apetito y el entendimiento, o cualquier otra
facultad de conocer, hay esta diferencia: que el conocimiento se realiza por
dar lo conocido en el que lo conoce, y, en cambio, la apetencia (appetitus),
porque el que apetece se inclina hacia lo apetecido; por lo cual el término del
apetito, que es el bien, está en la cosa apetecida, y, en cambio, el término
del conocimiento, que es lo verdadero (verum), está en el entendimiento. Pues
así como el bien está en las cosas en cuanto éstas dicen orden al apetito, por
lo cual la razón de bueno se deriva del objeto al apetito, que se llama bueno
en cuanto es apetito del bien, así también, puesto que lo verdadero reside en
el entendimiento en cuanto se conforma -(conformatur) con el objeto conocido,
es necesario que la razón de verdadero se derive del entendimiento al objeto
que conoce, para así llamar también verdadera a la cosa conocida por el orden
que dice al entendimiento. Ahora bien, el orden o relación que las cosas dicen
al entendimiento puede ser esencial (per se) o accidental (per accidens). Por
esencia, dicen orden al entendimiento de que depende su ser, y accidentalmente
lo dicen al entendimiento que puede conocerlas; y, así, por ejemplo, un
edificio guarda relación esencial con el entendimiento de su arquitecto, y
accidental con el entendimiento de que no depende. Pero como el juicio sobre
una cosa no se basa en lo que tiene de accidental, sino en lo esencial, que las
cosas sólo se llaman verdaderas en absoluto por la relación que dicen al
entendimiento de que dependen, y por esto los productos artificiales se llaman
verdaderos por el orden que dicen a nuestro entendimiento; y así habíamos de un
edificio verdadero cuando reproduce la forma que hay en la mente de su
arquitecto, y de una palabra verdadera cuando es expresión de un pensamiento
verdadero. Por su parte, los seres naturales son verdaderos por cuanto alcanzan
a tener semejanza con las especies que hay en la mente divina, y así llamamos
verdadera piedra a la que tiene la naturaleza propia de la piedra, según la
preconcibió el entendimiento de Dios. Por tanto, la verdad está principalmente
en el entendimiento, y secundariamente en las cosas, en cuanto se comparan con
el entendimiento como con un principio. De aquí que se pueda definir la verdad
de distintas maneras. San Agustín, por ejemplo, dice que «verdad es aquello que
manifiesta lo que es,,, y San Hilario, a su vez, dice que «verdadero es lo que
declara y manifiesta el ser», y éstas son definiciones de la verdad en cuanto
está en el entendimiento. En cambio, como definiciones de la verdad de las
cosas por el orden que dicen al entendimiento, tenemos ésta de San Agustín “La
verdad es la perfecta semejanza con el principio de desemejanza »,. y esta otra
de San Anselmo: «La verdad es la rectitud que solo el entendimiento puede percibir», y recto es lo que concuerda
con su principio; y esta otra de Avicena: «La verdad es el ser propio de cada
cosa tal como le ha sido señalado. »Por último, la definición: «Verdad es la
adecuación entre el objeto y el entendimiento» 1I (veritas est adaequatio rei
et intellectus), que corresponde a los dos aspectos.» SANTO TOMAS DE AQUINO (Suma Teológica, 1, q. 16, a . 1)