Cariño:
En el transcurso de los debates, ha habido quienes
me han comentado que no creían en el destino, pero que con las respuestas que
iban recibiendo, poco a poco iban creyendo. Todos sus argumentos se centraban
en el hecho de que en un momento dado de su existencia, confluían una serie de
circunstancias, que de alguna manera les llamaba la atención, o modificaban su
situación. En lugar de decantarse por una de las teorías debatidas, ellos
incluyen una nueva terminología: “la coincidencia”. Abro la pregunta a todos y
les planteo ¿Es lo
mismo
destino, que
coincidencia? El primero en responder plantea una disyuntiva añadida, la de
casualidad y causalidad. Entonces se abren exposiciones de momentos de sus
vidas que cambiaron porque encontraron a cierta persona, o porque la intuición
les llevó a echar una carta y esos detalles desencadenaron una cascada de
acontecimientos dignos de cualquier película de Hollywood. Es decir, les digo,
para vosotros, destino es equivalente a gran acontecimiento ¿no? Si lo pensamos
desde otro punto de vista ¿Coincidencia no es lo contrario de destino? Les
planteo. A fin de cuentas el destino es un todo y la coincidencia implica un
sentido de contingencia. Me explico, en la coincidencia no hay intencionalidad
de ningún tipo, ni voluntad, simplemente ocurre. Luego os planteo ¿Si algo es
coincidencia pudiera no ser destino... y si hay destino, entonces las
coincidencias no existen?. Muchas de lo que llamamos coincidencias o “frutos
del destino” no lo son, sino que el subconsciente proyecta y sintoniza, por eso
existen. Solo usamos el 12% del cerebro. Como veo que el tema es más complicado
de lo que parece, les planteo otra cuestión ¿Si un camino no se conoce, cómo
sabemos que es un camino y no otra cosa? Alguien introduce el tema religioso
como respuesta alternativa, sin entrar a responderme. Para el judaísmo, por
ejemplo, la conciliación Dios-libertad de elección viene a ser: Él sabe lo que
vas a elegir, pero te deja elegir... es realmente algo para pensar. Otro me
intenta contestar con un ejemplo, diciendo que antiguamente se creía que había
un universo entorno a la tierra, y luego se descubrió que efectivamente había
un universo, pero entorno al sol y quizás descubramos que hay más universos
entorno a otra cosa, pero siempre hubo un universo desconocido. Me gusta la
respuesta porque da mucho que pensar, porque une al destino del individuo, no
como el que va a resolver el problema del hambre en el mundo, sino que el
destino solo sea un conjunto de hechos importantes. Alguien se atreve por fin a
introducir la teoría de resonancia ("resonancia
mórfica", creada por el biólogo Rupert Sheldrake). En esa teoría Sheldrake
denomina "resonancia mórfica al
“proceso por el cual las formas de diferentes tiempos y lugares se afectan unas
a otras mediante la participación en el campo...las formas similares resuenan y
se refuerzan mutuamente. Por lo tanto creo que podemos resonar con determinados
acontecimientos, y así coincidir con ellos, poniéndonos en sintonía. Me parece atrayente el tema como física, más que como destino,
porque por resonancia se explica por ejemplo, el hecho de que las partículas
subatómicas tengan más facilidad de ser encontradas en un acelerador de
partículas que en la naturaleza. Ahora bien, si lo analizamos desde el punto de
vista de alguien que escribe un destino y de alguien diferente que lo ha de
cumplir, entonces la visión de la resonancia habiendo observado y observador es
curiosa, “Cuanto más la observe
buscándola con su máquina, más existirá...sus observaciones contribuyen a establecerla
con creciente firmeza en la realidad (el orden explícito)." ¿Cuál es
la trampa o el quiz de la cuestión? Pues que todo el día cultivando partículas
y observándolas desencadena un hábito y ese hábito lleva consigo la forma de
pensar ¿es eso algo parecido al destino? ¿Nuestro hábito de pensamiento hace
que marquemos un cauce en una dirección? Es decir que destino es la
consecuencia de paradigmas o coincidencias. ¡Ufff¡ el tema da para mucho
análisis, aunque demos vueltas en círculo.
Despedida
Querido
Maese: Aún recuerdo cuando nos conocimos. Tú, siempre pensando en tus estudios,
trabajos y empresas. Yo en salir del trabajo para saber que estabas
esperándome. Besarte delante de todas las compañeras. Darles envidia y coger tu
mano para acompañarme a casa. Paseábamos en el parque y tomábamos el último
café del día. Han pasado unos meses que vivimos juntos. Llenamos de felicidad
la casa cuando estamos juntos. Pero qué fue del hombre que quería estar conmigo
a todas horas y siempre salía conmigo porque no podía vivir sin mí. Perdona que
mis celos te alejaran. Intenté compensarte dándote celos, pero nunca los
tuviste de nada ni de nadie. Siempre tan seguro de ti mismo y siempre rodeado
de mujeres dispuestas a satisfacer tus necesidades científicas, empresariales y
¡cómo no¡ las de hombre. Y yo, dejándome llevar, pensando que dejar la Facultad
para casarnos no era perder nada, sino ganar una familia, un marido y un
hogar... Aún recuerdo la bronca tan terrible que tuvimos, cuando te enteraste
que había dejándolos estudios. Ahora entiendo que a tu lado necesitas una mujer
de altos estudios, y excelente físico para poder compartir charlas de cualquier
cosa en cualquier lugar del mundo contigo. Eres amable con cualquiera delante
de un café, pero te aburres soberanamente con la gente a las dos horas si la
conversación es de las habituales. Necesitas investigar, conocer otros campos y
tienes una enorme capacidad para profundizar. Yo busco solo un hogar con mi
marido leyendo el periódico y haciendo la cena juntos. Contigo la cena se
convierte en un laboratorio de alquimia en donde terminamos haciendo el amor en
cualquier lugar. Para ti el periódico es fuente de inspiración para nuevos
temas de investigación. Ahora te veo en las entrevistas, en los periódicos, en
las charlas en las que me cuelo sin que me veas. Pasé mi vida despreciando a
los Neruda, a los Bécquer y a los Lorcas que crearon versos de desamor y ahora
recurro cada noche a ellos para entenderte, porque ahora, son los que me
ayudan. Besos.
¡Ufff¡ Lo mejor será ir desgranando los apartados de
este índice y profundizando en la medida de lo posible en ellos, mientras yo me quedo reflexionando con lo que decía Walter Scott
en “El talismán”: “Yo regresé de una lejana expedición
cubierto de botín y de honores, para encontrar que mi felicidad había sido
destruida para siempre. Yo también me encerré en un monasterio; y Satanás, que
me había elegido por presa, encendió en mi corazón una humareda de orgullo
espiritual que no podía haber nacido sino en las mismas regiones infernales. Me
elevé tanto en la iglesia como antes me elevara en el Estado. En verdad, yo era
el sabio, el justo y el impecable. Fui el consejero de Concilios, y director de
prelados. ¿Cómo habría podido estar en peligro? ¿Cómo podía sufrir la tentación?
¡Ay! Llegué a ser confesor de un convento de monjas, y entre aquellas
religiosas encontré a la que hacía tanto tiempo que amaba y a la que hacía
tanto tiempo había perdido. No necesito prolongar más mi confesión. Una
religiosa pecadora, que expió su falta con el suicidio, duerme profundamente
bajo las bóvedas de Engaddi; mientras sobre su propio sepulcro se desespera,
gime y aulla un ser al que no se le ha dejado más razón que la suficiente para
que se dé cuenta de su destino. — ¡Qué hombre tan desgraciado! —Dijo Ricardo—.
Ya no me admira tu sufrimiento. ¿Cómo pudiste rehuir el castigo que los cánones
imponen contra tu delito? —Pregúntalo al que todavía sufre la hiél de las
amarguras terrenas —dijo el ermitaño—, y te hablará de una vida salvada por respetos
personales y por consideraciones a su alto nacimiento. Pero, Ricardo, te digo
que la providencia me ha reservado para ponerme en una cumbre como faro y guía,
cuyas cenizas deben ser arrojadas al infierno cuando haya consumido el
combustible terreno. A pesar de que este cuerpo que ves está extenuado y
macerado, aún le animan dos espíritus: uno, activo, indomable y agresivo,
consagrado a la causa de la Iglesia de Jerusalén; otro vil, abyecto y
desesperado, que fluctúa entre la locura y la desesperación, que llora sobre mi
miseria y que custodia las Santas Reliquias, que no puedo mirar sin cometer el
más grande pecado.”