Un año más tarde.
31 de agosto
Meses más tarde devolvía mi barco a su amarre
español y llegaba a mi estudio de Toledo. Abría las persianas del ventanal
admirando la vista completa de la ciudad que se disfrutaba desde el cigarral y
dejaba en la bandeja de la mesa unos apuntes literarios para mi Diario, que
siempre desarrollaba ante alguna buena inspiración a modo de recuerdo de lo
vivido para mi próxima vejez.
Sonó el teléfono. Mi mirada se perdió en lejanas seducciones
cuando descolgué el auricular. Así permanecí al menos un par de minutos con el receptor
en la oreja y con el lapicero en la mano sin garabatear absolutamente nada en
el bloc de notas. El sol penetraba por los cristales de la ventana calentando
mi nuca, socavando la base de mi ensimismamiento
y no era consecuente con ello. Era
completamente inconsciente de esta anormal disposición de las cosas. Tan
grande era mi desasosiego, que no notaba cómo lentamente el sudor se
transformaba en dos pequeños arrecifes en mi cuello. Tan solo tenía concentración
en el incomprensible número de teléfono que me estaba siendo dictado desde el
otro lado de la línea telefónica. El que me estaba hablando era mi abogado. Según
él, alguien que me conocía del pasado se había
puesto en contacto con el despacho, alegando que había visto alguno de mis
epítomes en las estanterías de alguna librería de la capital y quería mi
teléfono para ponerse en contacto directamente conmigo. A estas alturas,
entendí que esa excusa es la más común entre las personas que tras haber leído
algún escrito, tienen inquietudes de poner rostro más personal al que figura en
la contraportada de los libros. Quizás para hacer algún comentario, o alguna crítica;
quizás algún periodista para hacer una entrevista más larga o simplemente para
que el autor les introduzca en el mundo literario. En muchas ocasiones es
difícil atender semejantes solicitudes que pueden ser resueltas mediante
escritos, mediante internet u otras maneras más ágiles. Con buen criterio, la
respuesta del abogado, siempre es la de recoger amablemente sus datos y dejar
en potestad de su cliente devolver o no la llamada telefónica. A medida que iba
tomando los datos que me eran dictados, mi corazón sufría una de las mayores
taquicardias de su vida. Quien se había puesto en contacto y quería verme era
ni más ni menos que Beatriz, (Core como yo le llamaba en la intimidad) “otro amor
imposible de mi vida”. Quería retomar la amistad después de veinte años de
ausencia.
No podía a penas juzgar la metamorfosis fisiológica
que mi cuerpo acababa de sufrir y escribir al tiempo. Tardé escasamente dos
horas en marcar ese número telefónico. El cual mantuve en mi mano temblorosa
sentado en el chéster de mi despacho durante ese mismo periodo de tiempo, mientras
conseguía volver a acompasar mi mente con el atropello de recuerdos y a su vez
con los latidos de mi corazón.
- ¿Sería ella de verdad? – Me preguntaba temblando
- ¿De veras quería verme? ¿Cómo estaría de salud? – No paraba de hacerme
preguntas de manera atropellada - ¿Seguiría con aquel tipo al que yo bauticé
como “el Arallu” con el que se casó?
Tuve que coger del armario de la profesionalidad
una máscara, como las que me pongo para superar mi timidez ante las preguntas
de alguien; mientras mis dedos atinaban a marcar esos números en el celular.
- De esta manera – Me dije - Dejaría impreso para
el futuro en el suyo mi número - Dando respuesta de este modo a su petición. - ¿Cómo
empezaría a hablar? ¿Me temblaría la voz si era capaz de salir de su gruta faríngea?
– Mis temores continuaban agolpándose -
Finalmente los tonos sonaron en mi tímpano como las
campanadas de una iglesia. Al otro lado descolgaron, era la misma voz
susurrante, encandiladora, suave y aterciopelada que había conocido antaño, ¡era
ella¡ finalmente.
-
¡Diga¡ - respondió Core.
-
¿Están incluidos los
costes de producción en el examen de mañana? - Fue mi frase de presentación.
Como si esos más de cuatro lustros no hubieran
pasado y al día siguiente tuviéramos el examen de Costes de producción en la
Facultad de Empresariales. Es curioso el destino, pues de las cuatro carreras
que terminé, en todas, tuve como denominador común el sobresaliente de media y
un amor imposible. Ella estuvo más de medio minuto sin responder. Tan solo
escuchaba la respiración acelerada que me era tan conocida. Pasado ese momento
me continuó la broma en la conversación, seguimos atropellándonos en la charla,
interrumpiéndonos como si ambos quisiéramos resumir en cinco minutos esos veinte
años de ausencia. Finalmente ella cortó el sinsentido diciéndome.
- ¡Quiero
verte¡
- ¿Estás bien de salud? - Le pregunté temiendo que
su llamada encubriese alguna mala noticia de ese calibre -.
- ¿Qué quieres que te diga? – Me respondió - Más
vieja, con algunas cicatrices en el cuerpo y en el alma, pero con muchas ganas
de verte.
Resté importancia en ese momento a la literalidad
de su frase, rebajándole la importancia que tenía, y continuándole de igual
manera.
- ¡Como todos¡, yo también tengo algunos achaques –
Me lamenté - Ya no soy tan fuerte como antes y en el alma también hay algunas
muescas de culata.
- ¡Quiero verte¡ - Me insistía una y otra vez.
- Es fácil, solamente tienes que pronunciar la
palabra mágica - Le respondí poniendo una nota de humor y reproduciendo las
conversaciones encriptadas que manteníamos antaño -
- ¿Cuál es? – Me dijo más sería de lo que yo
esperaba y con voz temblorosa.
- ¡Café¡ - Le dije rotundo -.
Tras la
sonrisa que adiviné que se dibujaba al otro lado de la línea telefónica. Mi
mente permaneció en silencio recordando sus labios grandes, carnoso el inferior
y con la perfecta perfilación de corazón del superior. Esperé la continuación
de la conversación.
- ¿Dime cuándo y dónde quedamos?, pues tu eres el
ocupado.
Dudé en responder que esa misma noche la invitaba a
cenar y que dejaba mis compromisos para otro día. De esa manera habrían quedado
completamente al descubierto mis intenciones, mis deseos y ¿no sé cuantas cosas
más que quería retomar con ella?, pero conseguí retener mi impulso.
- Pasado mañana si quieres te invito a comer.- Le
propuse y sin dejar que respondiese le continué, a sabiendas que la respuesta a
la siguiente pregunta iba a ser afirmativa - ¿Te gusta el arroz?... pues
quedamos pasado mañana en Capitán Haya en Madrid, en donde hacen uno de los
mejores arroces….por cierto ¿sigues viviendo en Madrid, verdad? – La pregunta
era obvia, pero aún así se la lancé -
Ella se echó a reír. Era consciente que el arroz le
encantaba pues llevaba veraneando toda su vida en Xeraco, un pueblo de la costa
levantina española y por otra parte había asistido en el pasado a alguna de las
fiestas que yo organizaba en mi casa, en donde la paella era uno de los
manjares a degustar. Tras concretar la hora y el sitio nos despedimos. A partir
de ese momento ya no pude concentrarme en nada de mi vida, ni en familia, ni
negocios, ni en inversiones, ni escritos, ni en presentaciones, ni tertulias,
ni siquiera en los viajes. Los siguientes meses fueron ciento por cien de ella,
las veinticuatro horas del día. Saqué fotos y escritos de aquella época; reí y
lloré yo solo encerrado en mi estudio recordando nuestras alegrías y penas;
sobretodo nuestras dos o tres despedidas. Core era el cuarto amor imposible de
mi vida. De esos amores imposibles, de los que estás convencido de que podría
ser “el amor de tu vida” y ¿no se sabe por qué razón? una y otra vez pasan por ella
sin quedarse. Esperaba de todo corazón que no fuese la excusa para darme su último
adiós.
- ¿Estaría mal?, ¿tendría alguna enfermedad
incurable y quería cerrar carpetas abiertas? - Como decía yo siempre -.
Me sobrecogió el corazón de tal manera que me arrepentí
como nadie sabe, de haber postergado dos días esa cita. Recuerdo haber dejado
un pensamiento en mi Diario.