¿Destino? En este caso el destino se identifica
como la fatalidad que decían los romanos y que a menudo emparejamos en la
actualidad cuando nos ocurren desgracias. El destino, también
llamado fátum, hado, o sino. Podría
definirse como “el poder sobrenatural
inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier
ser a un fin no escogido de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad”. De lo cual se deduce que cada vez que hablemos de
destino, estamos hablando de “suerte”. A medida que profundizamos en este mundo
del destino, comprobamos que hay dos grandes apartados. Primero están los que
no creen en absoluto en el destino y menos en que algo, o alguien superior se
dedique a escribírnoslo para luego ver cómo se cumple, hagamos lo que hagamos
por evitarlo o por encontrarlo. En segundo lugar están aquellos que creen
firmemente en todo lo contrario y resignados los unos y peleones los otros,
asumen que hubo algo o alguien superior con vocación amanuense. Dentro de este
último grupo podríamos subdividirlos en los religiosos y los no religiosos. Los
primeros asumen a Dios o a un ser superior su destino y los segundos sustituyen
a Dios o al ser superior por algo intangible que está por encima de ellos, pero
que en ningún caso quieren llamarle Dios y le sustituyen por azar, suerte o
solamente “el destino” de manera global y abstracta. Aún podemos hacer una
división más entre los religiosos. Estarían por un lado la mayoría de las
religiones que asumen a Dios (en cualquiera de sus denominaciones) o un ser
superior y por otro lado, desde el Tao del confucianismo chino, al karma del
hinduismo, estarían los católicos, que no creen en el
destino, sino en la predestinación. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia
estriba en que la predestinación viene a ser una especie de carga de
potenciales que se le hace al individuo al nacer para que pueda ir superando
los obstáculos de la vida y conseguir el objetivo de la salvación. Dicho de
otra manera, que mientras los no creyentes configuran el destino como
fatalista, los creyentes, en la predestinación lo asemejan a algo bienhechor,
de premio o recompensa. Bien, a lo largo de estos días iremos desgranando
diferencias y analizaremos las respuestas a las preguntas que cualquiera se
puede hacer en torno a este fantástico y atrayente mundo del destino.
Para
entender mejor de dónde viene esta obsesión de hablar y debatir del destino,
hay que analizar la historia de las civilizaciones. Los griegos llamaban
al destino (Ananké, o Anankaia, o Ananque) y lo
consideraban una fuerza superior no solo a los hombres sino incluso a los
mismos dioses. Ananké, personificaba
de la inevitabilidad, la necesidad, la compulsión y la ineludibilidad. Al
principio, no se le ponía un origen claro y se decía que se formó a sí misma.
Se la dibujaba en forma de serpiente con los brazos extendidos y rodeando todo
el universo. Se la emparejó con Cronos, el dios del tiempo porque era lo que
mejor complementaba a la diosa. Destino y Tiempo juntos, es algo que cualquiera
identifica perfectamente. De ahí que hoy en día se hable de destino como
sinónimo de casualidad y coincidencia. En la mitología antigua, la pareja puso
un huevo de materia solida. De ese embrión hicieron tres partes, la tierra, el
cielo y el agua, creando de esta manera el universo. Pero no un universo de Big
Bang en el que había explosiones y destrucción, sino un universo ordenado,
porque ambos permanecían inseparables guiando juntos, destino y tiempo al
compás de su amor. Tiempo más tarde, apareció la religión mistérica órfica
y decidieron adorarla. Para ello, según parece, necesitaban darle a Ananké un
padre y una madre y los órficos, decidieron que sería hija de Hydros (el Océano primigenio)
y Thesis (la primigenia Tethys).
Como ya no creaba el universo, ni ponía un huevo, hicieron que engendrara a
tres Moiras. Llegados a este punto, ¿Cómo se diferencian madre de hijas? En realidad
Ananké era lo inevitable y sus hijas, las Moiras personificaban cada una de las
partes del destino. La traducción del término Moira es el de “repartidor”. Homero, tanto en la Ilíada, como en la Odisea habla de una sola Moira diciendo Moera Krataia, (poderosa Moira). Homero se
refiere a la que hila la vida de los hombres, diferenciándola de las Klôthes o
hilanderas. Curiosamente en Delfos sólo
se rendía culto solo a dos, la del Nacimiento y de la Muerte. Según Pausanias, en Atenas se consideraba a
Afrodita como una Moira (Afrodita Urania). Se las dibujaba vestidas con
túnicas blancas y aunque al principio hubo diferencias en el número, finalmente
siempre triunfa la triada y se fijó en tres Moiras. Se necesitan a las tres
para controlar el destino, pues cada una maneja una parte del mismo. ¿Cuáles
eran estas tres hijas de Ananké? La primera era Cloto la
hilandera portando una rueca. Hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso.
Su equivalente romana era Nona, originalmente invocada en el
noveno mes de gestación. La segunda era Láquesis, la
de la suerte, con una vara, una pluma o un globo del mundo. Ésta medía con su
vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima.
Y la tercera era Átropos la
inevitable, con unas tijeras o una balanza. Aunque la traducción literalmente
viene a ser “la que no gira”. También la he encontrado con el nombre de Aisa.
Es decir, la que corta el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada
hombre, seccionando la hebra con sus tijeras. Dicho de otro modo, era la que
determinaba la hora de la muerte. Me ha costado distinguirla de la Graya
“Enio”, pero está claro que la Moira era la anterior. Su
equivalente romana era Morta (Muerte).
¿Por qué se las confunde con las diosas del nacimiento? Porque se aparecían
tres noches después del parto de un niño para determinar el curso de su vida.
Si comparamos hoy en día las supersticiones y miedos que produce hablar del
destino como signo fatalista, comprenderemos perfectamente que les tuvieran
pavor y las adorasen en Grecia. Tanto que hasta las novias atenienses les
ofrecían mechones de pelo y las mujeres juraban por ellas. Lo que más me llamó
la atención al estudiar la mitología, fue encontrar textos de Hesíodo
admitiendo que hasta Zeus estaba sujeto a sus designios y por eso les colmaba
de favores. A medida que sigo estudiando, llego a las Pausanias y en ellas se
describe ya a Zeus como el “Dador de destino”, lo que parece más coherente con
la visión pedagógica de que nadie domina a un dios. Esquilo, Herodoto o Platón,
consideraban a Zeus conocedor y administrador del destino de los hombres. En
otros textos, encuentro que las Moiras no eran hijas de Anaké, pero sí de Nix (la
Noche) y Caos. Y en alguno otro se identifica
a Caos con la Necesidad y por tanto, con Anaké. H. J. Rose va más allá y dice
que además de las Moiras, Anaké era la madre de las Erinias. Algunos mitólogos
afirman que Zeus es el padre de las Moiras y la madre era Temis (la
Justicia). Sus equivalentes en la mitología romana eran
las Parcas o Fata.
En la nórdica las
Nornas. En otras diosas indoeuropeas son las hilanderas del
destino como la diosa báltica Laima y
sus dos hermanas. Shakespeare se inspiró en este mito para crear
las tres brujas que aparecen en Macbeth, cuya intervención es determinante
en el destino del protagonista. Volviendo a Ananké. ¿Cómo fue su progreso en otras
mitologías? Fue rebautizada en primer lugar como como Fatum en la mitología
romana, y posteriormente como Necessitas. Es decir “La Necesidad”. Etimológicamente, la
palabra latina fatum,-i, significa oráculo,
vaticinio, o predicción y deriva a la palabra española «hado». También tenía el
significado de fatalidad. De la misma familia que fatum,i encontramos fas, o la ley divina.