lunes, 1 de septiembre de 2014



¿Destino? En este caso el destino se identifica como la fatalidad que decían los romanos y que a menudo emparejamos en la actualidad cuando nos ocurren desgracias. El destino, también llamado fátum, hado, o sino. Podría definirse como “el poder sobrenatural inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad”. De lo cual se deduce que cada vez que hablemos de destino, estamos hablando de “suerte”. A medida que profundizamos en este mundo del destino, comprobamos que hay dos grandes apartados. Primero están los que no creen en absoluto en el destino y menos en que algo, o alguien superior se dedique a escribírnoslo para luego ver cómo se cumple, hagamos lo que hagamos por evitarlo o por encontrarlo. En segundo lugar están aquellos que creen firmemente en todo lo contrario y resignados los unos y peleones los otros, asumen que hubo algo o alguien superior con vocación amanuense. Dentro de este último grupo podríamos subdividirlos en los religiosos y los no religiosos. Los primeros asumen a Dios o a un ser superior su destino y los segundos sustituyen a Dios o al ser superior por algo intangible que está por encima de ellos, pero que en ningún caso quieren llamarle Dios y le sustituyen por azar, suerte o solamente “el destino” de manera global y abstracta. Aún podemos hacer una división más entre los religiosos. Estarían por un lado la mayoría de las religiones que asumen a Dios (en cualquiera de sus denominaciones) o un ser superior y por otro lado, desde el Tao del confucianismo chino, al karma del hinduismo,  estarían los católicos, que no creen en el destino, sino en la predestinación. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia estriba en que la predestinación viene a ser una especie de carga de potenciales que se le hace al individuo al nacer para que pueda ir superando los obstáculos de la vida y conseguir el objetivo de la salvación. Dicho de otra manera, que mientras los no creyentes configuran el destino como fatalista, los creyentes, en la predestinación lo asemejan a algo bienhechor, de premio o recompensa. Bien, a lo largo de estos días iremos desgranando diferencias y analizaremos las respuestas a las preguntas que cualquiera se puede hacer en torno a este fantástico y atrayente mundo del destino.


Para entender mejor de dónde viene esta obsesión de hablar y debatir del destino, hay que analizar la historia de las civilizaciones. Los griegos llamaban al destino (Ananké, o Anankaia, o Ananque) y lo consideraban una fuerza superior no solo a los hombres sino incluso a los mismos dioses. Ananké, personificaba de la inevitabilidad, la necesidad, la compulsión y la ineludibilidad. Al principio, no se le ponía un origen claro y se decía que se formó a sí misma. Se la dibujaba en forma de serpiente con los brazos extendidos y rodeando todo el universo. Se la emparejó con Cronos, el dios del tiempo porque era lo que mejor complementaba a la diosa. Destino y Tiempo juntos, es algo que cualquiera identifica perfectamente. De ahí que hoy en día se hable de destino como sinónimo de casualidad y coincidencia. En la mitología antigua, la pareja puso un huevo de materia solida. De ese embrión hicieron tres partes, la tierra, el cielo y el agua, creando de esta manera el universo. Pero no un universo de Big Bang en el que había explosiones y destrucción, sino un universo ordenado, porque ambos permanecían inseparables guiando juntos, destino y tiempo al compás de su amor. Tiempo más tarde, apareció la religión mistérica órfica y decidieron adorarla. Para ello, según parece, necesitaban darle a Ananké un padre y una madre y los órficos, decidieron que sería hija de Hydros (el Océano primigenio) y Thesis (la primigenia Tethys). Como ya no creaba el universo, ni ponía un huevo, hicieron que engendrara a tres Moiras. Llegados a este punto, ¿Cómo se diferencian madre de hijas? En realidad Ananké era lo inevitable y sus hijas, las Moiras personificaban cada una de las partes del destino. La traducción del término Moira es el de “repartidor”. Homero, tanto en la Ilíada, como en la Odisea habla de una sola Moira diciendo Moera Krataia, (poderosa Moira). Homero se refiere a la que hila la vida de los hombres, diferenciándola de las Klôthes o hilanderas. Curiosamente en Delfos sólo se rendía culto solo a dos, la del Nacimiento y de la Muerte. Según  Pausanias, en Atenas se consideraba a Afrodita como una Moira (Afrodita Urania). Se las dibujaba vestidas con túnicas blancas y aunque al principio hubo diferencias en el número, finalmente siempre triunfa la triada y se fijó en tres Moiras. Se necesitan a las tres para controlar el destino, pues cada una maneja una parte del mismo. ¿Cuáles eran estas tres hijas de Ananké? La primera era Cloto la hilandera portando una rueca. Hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Su equivalente romana era Nona, originalmente invocada en el noveno mes de gestación. La segunda era Láquesis, la de la suerte, con una vara, una pluma o un globo del mundo. Ésta medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima. Y la tercera era Átropos la inevitable, con unas tijeras o una balanza. Aunque la traducción literalmente viene a ser “la que no gira”. También la he encontrado con el nombre de Aisa. Es decir, la que corta el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus tijeras. Dicho de otro modo, era la que determinaba la hora de la muerte. Me ha costado distinguirla de la Graya “Enio”, pero está claro que la Moira era la anterior. Su equivalente romana era Morta (Muerte). ¿Por qué se las confunde con las diosas del nacimiento? Porque se aparecían tres noches después del parto de un niño para determinar el curso de su vida. Si comparamos hoy en día las supersticiones y miedos que produce hablar del destino como signo fatalista, comprenderemos perfectamente que les tuvieran pavor y las adorasen en Grecia. Tanto que hasta las novias atenienses les ofrecían mechones de pelo y las mujeres juraban por ellas. Lo que más me llamó la atención al estudiar la mitología, fue encontrar textos de Hesíodo admitiendo que hasta Zeus estaba sujeto a sus designios y por eso les colmaba de favores. A medida que sigo estudiando, llego a las Pausanias y en ellas se describe ya a Zeus como el “Dador de destino”, lo que parece más coherente con la visión pedagógica de que nadie domina a un dios. Esquilo, Herodoto o Platón, consideraban a Zeus conocedor y administrador del destino de los hombres. En otros textos, encuentro que las Moiras no eran hijas de Anaké, pero sí de Nix (la Noche) y Caos. Y en alguno otro se identifica a Caos con la Necesidad y por tanto, con Anaké. H. J. Rose va más allá y dice que además de las Moiras, Anaké era la madre de las Erinias. Algunos mitólogos afirman que Zeus es el padre de las Moiras y la madre era Temis (la Justicia). Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata. En la nórdica las Nornas. En otras diosas indoeuropeas son las hilanderas del destino  como la diosa báltica Laima y sus dos hermanas. Shakespeare se inspiró en este mito para crear las tres brujas que aparecen en Macbeth, cuya intervención es determinante en el destino del protagonista. Volviendo a Ananké. ¿Cómo fue su progreso en otras mitologías? Fue rebautizada en primer lugar como como Fatum en la mitología romana, y posteriormente como Necessitas. Es decir “La Necesidad”. Etimológicamente, la palabra latina fatum,-i, significa oráculo, vaticinio, o predicción y deriva a la palabra española «hado». También tenía el significado de fatalidad. De la misma familia que fatum,i encontramos fas, o la ley divina.