lunes, 1 de septiembre de 2014




Hablamos de oráculos sin saber exactamente lo que son. Para unos, el oráculo es una virgen que unos magos mantienen para sus placeres. Mientras la drogan y embriagan, la joven tiene visiones de lo que ocurrirá en el futuro. Lo habitual es que el oráculo sea una respuesta a una pregunta. ¿De quién? De un dios o un ser superior que se transmite a través de sacerdotes o sacerdotisas, o de la Pitia, o de la Pitonisa griega y romana de turno, o la Sibila. En terceras ocasiones se hacen interpretaciones de las señales que nos rodean y se sacan conclusiones. Me refiero a símbolos de piedras, de nubes, de cartas, de runas, de palillos, de posos de té o café y de entrañas de animales sacrificados, etc. Por extensión, se llama oráculo al propio lugar en que se hace la consulta y se recibe la respuesta (el oráculo). ¿Dónde se ubicaban los oráculos en la antigüedad? Oráculo de Delfos en Grecia, en la falda del monte Parnaso, el Oráculo de Dádimo en la costa de Asia Menor, el  Oráculo de Dódona en Epiro, (Grecia) en las montañas, al sur del lago Pamboris, el Oráculo de Olimpia en la ciudad griega de Olimpia, en Elis, en el Peloponeso oriental, el Oráculo de Delos, isla griega situada en el mar Egeo, los Oráculos egipcios de Heliópolis y Abidos, el oráculo del dios Amón-Ra en el oasis egipcio de Siwa, en el desierto de Libia, el Oráculo hebreo, de Goralot, los Oráculos de Fenicia, asociados con las deidades Baalzebub (Belcebú) y Baalim, los oráculos de Babilonia y Caldea de los pueblos bele-beri (señores de la adivinación), los Oráculos Yoruba, compuestos por tres sistemas: el primero se trabaja con cocos y es denominado biagué, el segundo es denominado diloggun y trabaja con caracoles, y el tercero y más extenso y completo es el denominado oráculo de Ifá. Me relajo con lo que decía Virgilio en “La Eneida”: “Turno cierra con Hilo, que iba a acometerle ciego de furor, y le asesta una lanza en las sienes, cubiertas de un yelmo de oro, atravesándole con ella y dejándosela hincada en el cerebro. No bastó tu diestra para liberarte de Turno, ¡Oh Creteo! el más fuerte de los Griegos, ni protegieron a Cupenco sus dioses cuando vino sobre él Eneas, que le abrió el pecho con su pesada espada, sin que aprovechase al mísero la defensa del herrado broquel. También a tí, Eolo, te vieron caer los campos laurentinos y cubrir gran trecho la tierra con tu cuerpo; ¡Tú, a quien no pudieron postrar ni las falanges argivas, ni Aquiles, el destructor del reino de Príamo, sucumbes aquí; aquí había señalado el destino término a tu vida; tenías un gran palacio al pie del Ida, un gran palacio en Lirneso; en el suelo laurentino tienes un sepulcro. Todas las huestes, todos los Latinos, todos los Troyanos se traban en fiera lid; Mnesteo, y el impetuoso Seresto, y Mesapo, domador de caballos, y el fuerte Asilas, y la infantería toscana, y la caballería árcade de Evandro, todos luchan cuerpo a cuerpo con desesperado brío, sin descanso, sin tregua, en grande y recia batalla”.

Cariño:
¿Qué es el destino? Es la pregunta que nos hacemos constantemente y a la que intento dar respuesta. Los filósofos me dirían que es un constructo metafísico con el que podemos especular a adivinar cosas y situaciones. Otros profundizarían en la definición diciendo que es una “sucesión incognoscible e inevitable de acontecimientos que ocurren en diferente lugar y tiempo cuya consecuencia del pasado afecta a uno o más hechos futuros, así como a toda la red de posibilidades del futuro porque las acciones presentes derivan de las pasadas y las futuras de las presentes”. Reflexiono echando un vistazo a la historia y veo que el sentir religioso del pasado, queda en un segundo plano cuando los filósofos acuerdan que el destino es por las leyes de la causa y efecto, produciendo un punto de inflexión en la forma del conocimiento humano en lo referente a sí mismo y a su entorno. El destino se relacionaría con la teoría de la causalidad que afirma que, si “toda acción conlleva una reacción, dos acciones iguales tendrán la misma reacción», a menos que se combinen varias causas entre sí haciendo impredecible a nuestros ojos el resultado”. Dicho de otro modo, que la suerte no existe y todo tiene un por qué. Pero como no pueden dar explicaciones a todo lo que ocurre y se derivan en supersticiones, magias y todo tipo de recursos por intentar controlar el destino, es decir lo inevitable e intangible; los filósofos se reúnen en torno a los Kant de turno y deciden que todo lo que se acuerde en grupo en asamblea, es lo correcto. Lo que no deja de llamarme la atención, pues se convierten de una manera u otra en sustitutos del que designa el destino y se deja siempre a un lado la libre elección del ser humano y su libertad. Pues haga lo que haga, a un ser superior, o la ley causa – efecto o los reunidos en asamblea, van a decidir el destino de los demás. ¡Ufff¡ ¿Y con eso, el problema de la esencia humana queda resuelto a votos, o por resignación? Entonces ¿para qué narices hablamos de libertades? Parto de la base de que existe el destino, porque si admito lo contrario, dejaría de profundizar en este estudio. Admitido el supuesto, sigo preguntándome que si alguien o algo, de un modo casual, acordado o establecido decide por mi ese destino, ¿Habrá tenido en cuenta un destino grupal único, para que todo tenga sentido? O por el contrario ¿se deciden los destinos como sacando conejos de un sombrero? Me explico mejor. Si el humano forma parte del universo como es obvio, habrá que hacer un criterio de demarcación entre el sujeto y el universo. Y eso sin dar posibilidades a la libertad de elección del sujeto, pero teniendo en cuenta un equilibrio global, que dé algo de sentido a este mejunje ¡digo yo r � A m @�[ � sigo estudiando, llego a las Pausanias y en ellas se describe ya a Zeus como el “Dador de destino”, lo que parece más coherente con la visión pedagógica de que nadie domina a un dios. Esquilo, Herodoto o Platón, consideraban a Zeus conocedor y administrador del destino de los hombres. En otros textos, encuentro que las Moiras no eran hijas de Anaké, pero sí de Nix (la Noche) y Caos. Y en alguno otro se identifica a Caos con la Necesidad y por tanto, con Anaké. H. J. Rose va más allá y dice que además de las Moiras, Anaké era la madre de las Erinias. Algunos mitólogos afirman que Zeus es el padre de las Moiras y la madre era Temis (la Justicia). Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata. En la nórdica las Nornas. En otras diosas indoeuropeas son las hilanderas del destino  como la diosa báltica Laima y sus dos hermanas. Shakespeare se inspiró en este mito para crear las tres brujas que aparecen en Macbeth, cuya intervención es determinante en el destino del protagonista. Volviendo a Ananké. ¿Cómo fue su progreso en otras mitologías? Fue rebautizada en primer lugar como como Fatum en la mitología romana, y posteriormente como Necessitas. Es decir “La Necesidad”. Etimológicamente, la palabra latina fatum,-i, significa oráculo, vaticinio, o predicción y deriva a la palabra española «hado». También tenía el significado de fatalidad. De la misma familia que fatum,i encontramos fas, o la ley divina.